¿Por qué los abogados no se asocian?

«Si quieres ir rápido camina solo, si quieres llegar lejos, ve acompañado».

Proverbio Africano

Una de las cosas que he notado en mi vida como abogado postulante, es que entre nuestro gremio no existe una cultura de la asociación. Que los despachos de abogados ‘grandes’, en su mayoría, son una fachada. Tal vez una empresa familiar, pero no un verdadero bufete de abogados. También, que los que sí están estructurados como negocios y, por tanto, con socios reales, son productos de la impronta extranjera.

Y es que en nuestro país el éxito de los abogados se mide, sin dudas, por su capacidad individual de atender clientes y hacer dinero. Su marca personal, pues. Desde luego, desconociendo los beneficios que podrían traerles con una cultura de la asociación. Ausencia de cultura que no sólo es perjudicial para el gremio de abogados, sino para la sociedad mexicana en general que demanda un país más moderno y competitivo.

Lo último es correcto, porque la licenciatura en Derecho es una de las pocas carreras profesionales con el alcance para cambiar el orden económico y social, al coadyuvar con la creación de leyes y criterios judiciales que  modifiquen a la sociedad. Por último, para asesorar a empresas nacionales o extranjeras que permitan a las primeras ser más competitivas y las segundas invertir en México.

Todo lo anterior, desde luego, es de tal entidad que difícilmente un sólo abogado puede abarcar. Para tales retos, es necesario que aquél esté rodeado de distintos profesionales del Derecho con ramas de especialización diferentes con los que, en asociación, puedan brindar un servicio integral de calidad. Servicio que difícilmente, se insiste, logrará el abogado individualista, aun y cuando tenga empleados.

Lo anterior es así, porque generalmente los empleados del abogado individualista no tienen, precisamente por estar estos subordinados a él, una área distinta de especialización a la de él. También con tal subordinación, no cuentan con la visión para cambiar la prestación del servicio jurídico, trayendo como consecuencia que en realidad sean una mera comparsa de su patrón.

Es por lo que ante el individualismo, la prestación de los servicios legales se atomiza y las personas que requieran de los mismos, sobre todo los empresarios, tienen que ir en búsqueda de abogado en abogado para cada tipo de asunto o dudas que les surja, sin que pueda tener la tranquilidad de contar con una sola organización que pueda cumplir con ese rol integral.

Además que tampoco es un secreto que contar con una organización compuesta de personas que, aunque tengan el mismo objetivo y se complementen y tengan iniciativa propia, da mayor seguridad para el que tenga que recurrir a ella. Llámese sociedad civil, departamento de gobierno, empresa, etcétera. Y, nos guste o no, la imagen en la abogacía sigue siendo de capital importancia en la profesión, nos da una razón más de peso para asociarnos.

Dicho esto, es imprescindible hacer el diagnóstico de este problema y, posterior a ello, brindar soluciones. Para esto, voy a explicitar las razones más importantes del problema y luego explorar sus soluciones. Dicho lo anterior,  dentro de todas las razones de la ausencia de la asociación en la abogacía son tres las más importantes: 1) deficiencia en el sistema de impartición de justicia, 2) privilegios generacionales en la abogacía y 3) la incultura del socio.

Por cuanto hace a la primera razón, para nadie es un secreto que, más allá de los abogados,  los mexicanos le rehuyen a la cooperación. A asociarse. No por nada nuestro país recibe un influjo empresarial de grandes compañías extranjeras que vienen a implantar su estructura y cultura organizacional, mientras que las empresas nacionales—en su mayoría— se limitan a replicar tal estructura para fungir como mera sucursal.

Este problema dentro de la población mexicana es evidente para aquellos asiduos lectores del Semanario Judicial de la Federación en donde, sin duda, es difícil hallar criterios judiciales de sociedades mercantiles, conflictos entre socios y, en general, de instituciones del Derecho Societario. Es decir, todo lo relativo a la asociación con fines de lucro. Y no hay criterios porque no hay muchos asuntos llevados  sobre esos temas. Punto.

Ausencia de criterios judiciales que revela como realidad social que a los mexicanos no les gusta asociarse para emprender negocios, o que han encontrado—lo cual dudo— métodos de solución de controversias más eficaces para resolver sus disputas societarias.

Ahora bien, esa falta de cooperación general en el mexicano se debe, en parte, al sistema de impartición de justicia. A un sistema lento, plagado de corrupción e impreparación. Sobre todo proveniente de los tribunales del fuero común que, en términos del artículo 104, fracción II de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos[1] les toca resolver preponderantemente los litigios societarios y que, por otro lado, están supeditados, en los hechos, al Poder Ejecutivo local en turno.

Y es que esas deficiencias en el sistema de impartición de justicia provoca que las personas eludan involucrarse con terceros con fines económicos. Esto, porque intuyen que ante cualquier conflicto, el proceso para dirimir la controversia será caro y tardado. Además, los más experimentados saben que obtener sentencia definitiva sobre un conflicto de tal naturaleza es sólo el primer paso de un camino sinuoso. El quid es ejecutarla, lo cual es todavía más complicado.

Es por eso que el socio ideal para los mexicanos es una comparsa, es decir, su esposa, hijos, o un familiar en general para cumplir con el requisito formal de ser dos o más personas—salvo con la Sociedad por Acciones Simplificada—. También, que como en realidad el capital social se compone de una sola persona aun y cuando esté suscrito por más personas, ya que es lo que el empresariado mexicano percibe como ‘seguro’.

Por consecuencia, ante la falta de aventura con terceros genuinos con los que se pudieran compartir las pérdidas por el riesgo de emprender, las sociedades mercantiles nacionales se concentran en aquellos sectores ‘conservadores’, como de bienes raíces, industria alimentaria, etcétera. Dejando a un lado, por ejemplo, los de mayor riesgo e innovación como de biotecnología, aeroespacial, automotriz, etcétera.

Es por esto, que la verdadera reforma judicial que muchos sectores claman, a diferencia de lo que muchos sectores pregonan, no debe estar dirigida al ámbito federal, por el contrario. Por mi experiencia como abogado postulante debo decir que los tribunales federales sí están preparados para resolver los problemas legales del gobernado, aun y cuando a ellos les toque la carga política de hacer notar las deficiencias de otros actores, como el Ministerio Público, el Poder Legislativo, etcétera.

La gran reforma judicial, a mi ver, debe de estar dirigida a los poderes judiciales locales. A garantizar su independencia judicial y presupuestaria, así como un verdadero Servicio Judicial de Carrera para que los mejores, desde el sistema de impartición de justicia, así como psicólogos, sociólogos, trabajadores sociales y demás auxiliares de la administración de justicia, sean conformados por méritos y no influyentismos.

Otro de los motivos por los cuales no existe una cultura de la asociación es por los privilegios generacionales en la abogacía mexicana. Privilegios que mucho tienen que ver con el carácter conservador de nuestra profesión y que, por fortuna, sólo bastaría un poco de voluntad para cambiarla. Sin embargo, para que esto pase primero hay que ver cómo pesan.

Los privilegios generacionales de los que hablo, no creo que sean producto de la intervención directa del Estado. Simplemente acaecieron con el devenir de la sociedad y se refieren a la escasa competencia que generaciones de abogados de los años 60 ‘s en adelante disfrutaron. Poca competencia que les permitió abarcar grandes trozos del mercado de los servicios legales, aclientarse y acumular capital económico y social.

En este sentido, con el tiempo la licenciatura en Derecho, al igual que muchas otras carreras, ha sufrido un crecimiento exponencial y, por ende, los nuevos egresados tienen que competir férreamente para abrirse paso en un mercado en donde existe mucha oferta, pero poca demanda. Competencia que muchas veces se da por compartir las sobras, dado el acaparamiento generacional de poderosos agentes económicos adquiridos en un ambiente de poca o nula competencia.

Y si tomamos en cuenta que el mercado de servicios legales en sí no es popular, sino que como Juan Jesús Garza Onofre ha descrito en su libro No estudies Derecho[2] es, hasta cierto punto, despreciado por la sociedad a tal grado que sociedades enteras e inclusive antiguos pensadores ven con desprecio la profesión del abogado. Esto, por su cariz evidentemente pendenciero que muchas de las veces empantana, en vez de zanjar, los conflictos legales.

Con esto, ante la poca popularidad del mercado de los servicios legales y, prácticamente, al tener que acudirse a él más por necesidad que por gusto y prevención, es lógico concluir que aquellos ‘consumidores’ de tal servicios se decantan por acudir con abogados con mayor ‘experiencia’, tradición y recursos. Abogados que, desde luego, adquirieron lo anterior no sólo por su talento, sino por la poca oferta de un mercado que hoy es inexistente.

Por otro lado, tomando en cuenta lo tradicionalista que es la abogacía, ese acaparamiento no ha sido compensado del todo, trayendo como consecuencia que un grupo muy pequeño de abogados ‘viejos’ tengan los recursos para seguir predominando en el mercado legal. De ahí que sea innecesario, para ellos, tener que asociarse con terceros para seguir manteniendo su práctica a flote.

Ante este panorama, considero que una de las formas de reducir las ventajas generacionales es vía la asociación, toda vez que bajo una organización y, por ende, con mayores recursos económicos y humanos; los despachos de abogados nuevos tendrían más opciones para pelear, sobre todo, al mercado ‘formal’ de la prestación de servicios legales. Esto es, a las pocas empresas o personas que requieren tales servicios de manera cotidiana y no por necesidad.

Y es que aunque ha habido grandes intentos por—paradójicamente— abogados de renombre en poner sobre la mesa el tema del marketing jurídico, la marca personal y en general una cultura de emprendimiento. Tales esfuerzos siguen viéndose opacados por abogados con una trayectoria mayor o herederos de un bufete de abogados que siguen abarcando al mercado de los servicios legales gracias a los clientes ‘referidos’.

De esta manera, como la impopularidad de nuestra profesión no terminará pronto y, por otro lado, la subsistencia de los nuevos abogados es inmediata, considero que estos deben concentrarse en crear organizaciones nuevas—bufetes de abogados— que puedan competir contra la visión exitosa de abogados que únicamente tuvieron la suerte de nacer cuando no había competencia.

Desde luego, seguir peleando ante esos privilegios generacionales en solitario si bien es posible y muchos lo han hecho con éxito, también lo es que demanda mucho sacrificio y esfuerzo que bien pudiera ser utilizado para otras áreas más apremiantes de la práctica jurídica. Lo ideal, por tanto, es conjuntar esfuerzos con otros y enfrentarse a la acaparación de los servicios legales  con mayores recursos.

Por cuanto hace a la última razón, en los programas de licenciatura en Derecho, a pesar de que la abogacía constituye la primera fuente de empleo de sus egresados, no existen materias o programas especiales, incluso de carácter optativo, que enseñen a los futuros abogados cuestiones empresariales como: marketing, administración, contabilidad, etcétera. Es decir, de cómo vivir de lo que estudiaron.

Por el contrario, tal parece que las universidades no ven la realidad del mercado legal. Esto es, que no existen suficientes dependencias gubernamentales—por fortuna— ni ofertas de trabajo para sus egresados. Por tanto, lo más natural será que los nuevos abogados tengan que emprender por necesidad. Qué mejor que darles las herramientas que necesitan desde el aula antes de que se enfrenten con esa realidad.

Tal desdén trae como consecuencia que sus programas de estudios se abirragen de materias de derecho dogmático, unas pocas teóricas y algunas otras más de las novedades en turno. Lo cual, desde luego, forma a un técnico de la profesión que no es más que un simple trabajador con independencia de si trabaja para alguien más o ejerce de forma independiente.

Y es que el ser técnico se refiere a conocer cómo hacer algo y, a su vez, tener que hacerlo para vivir de ello. Prácticamente un trabajador, pues. Así, a pesar de existir muchos negocios en México que se conciben precisamente como negocio, mientras el ‘dueño’ tenga que intervenir en todo el proceso de la operación, la realidad es que únicamente es dueño de un trabajo, pero no de un negocio. Tema que está muy bien detallado en el libro ‘El Mito del Emprendedor’ de Michael E. Gerber y del cual te recomiendo ampliamente su lectura porque diferencia las labores de un técnico, administrador y emprendedor.

En este sentido, lo que en realidad debe conocer un abogado que viva de la práctica privada, ya sea en solitario o en asociación, es sobre el mundo de los negocios. Lo cual, desde luego, implica nociones de contabilidad, marketing, administración de empresas, liderazgo, comportamiento organizacional y, sobre todo, el uso de sistemas. Temas que hasta cierto punto delinea el autor Gibrán Miguel en su libro titulado Tu Derecho es Emprender.  De otra manera, como abogado postulante no vas a prosperar sino, si acaso, sobrevivir.

Bajo este panorama, naturalmente si el licenciado en Derecho no tiene conocimiento de lo anterior y, además, no entiende que su práctica es un negocio, es obvio que no concebirá el asociarse con un tercero para mejorar. Por el contrario, lo verá de forma reticente al pensar que ese nuevo ‘socio’ en vez de sumarle, le restará y al final tendrá que compartir los pocos asuntos y negocios que tenga.

Por eso, es esencial que más abogados se adentren a las materias que ya expuse y, una vez esto, se darán cuenta por sí mismos de las ventajas de asociarse. No por nada, los mejores despachos abogados del mundo y empresas comerciales en general están compuestas por un grupo de personas y no llegaron a tener ese éxito ni estar en la cima como empresarios en solitario.

Desde luego, habrá personas quienes no serán aptas para fungir como socios, sobre todo, aquellos que quieren quedarse en el ámbito de lo técnico. También es válido, pero debes tener en cuenta que con esa persona no se asocia, se le emplea. Así, por ejemplo en el ramo de la abogacía, si el único interés de un abogado son las últimas novedades en el ámbito fiscal en México, mas no cómo atraer más clientes o sistematizar el trabajo, servirá tal arquetipo de abogado como empleado. Punto.

Lo anterior puede no ser evidente, pero una de las cosas que los abogados aprenden con la práctica privada es que el conocimiento teórico en el Derecho, por sí mismo es insuficiente para ser exitoso o vivir cómodamente de ello. Esto, porque podrás ser el mejor iusfilósofo o constitucionalista de México, pero si no te das a conocer al mercado ni satisfaces una necesidad de éste, difícilmente harás uso y monetizarás tus conocimientos. Ahí estarás, cazando sobras de asuntos o casos judiciales de poca monta.

No. No pienses que tal o cual iusfilósofo famoso o constitucionalista en turno es la prueba de que el conocimiento sí es esencial para la práctica privada. Toma en cuenta que esas figuras que tienes en mente, de alguna u otra manera están aplicando técnicas de marketing y marca personal, ya que éstas abarcan desde escribir un libro, crear videos en plataformas digitales e incluso escribir en blogs.

Del conocimiento sin exposición del que hablo es de aquellos eruditos que se conforman con lo que exponen en el aula o en los pocos asuntos judiciales que patrocinan. Tal vez esto les dé satisfacción y hasta cierto punto una forma de justificar cómo se ganan la vida, sobre todo aquellos incrustados en la academia. Sin embargo, el quid del tema está que para la práctica privada, esto es, para sostener un negocio, esa falta de exposición es un error.

Y es, precisamente, el socio con nociones empresariales el que debe de concentrar parcialmente su tiempo a diseñar modelos de negocio que hagan sostenible el despacho de abogados para que, por otro lado, aquellos técnicos que rehúsan a adentrarse a los conocimientos mencionados, puedan trabajar sin contratiempos y se les remunere su labor.

No por nada encontrarás a muchos abogados ‘brillantes’ en las universidades públicas que de vez en cuando, como para justificar su salario, escriben reseñas, artículos o libros resumiendo lo que otros autores ya escribieron. Sin embargo, pocas veces los encontrarás criticando al poder, incluyendo evidentemente al de la universidad pública que funge como su mecenas, aun y cuando estén en desacuerdo con sus autoridades.

Para ellos, no vale tal exposición porque aun y cuando tengan razón, siempre está el riesgo de que sean defenestrados de su posición y, con ello, obligados a insertarse a un mercado que o no entienden, o simplemente no quieren utilizar otro tipo de conocimientos para hacerlo redituable.

Es por eso que insisto, que todos los abogados que estén en la práctica privada sí o sí tienen que aprender a ver su profesión como negocio. Así, una vez adentrados en esos temas por sí solo verán que podrán lograr mejores rendimientos si se asocian. Claro, únicamente con otros abogados que además de tener un conocimiento técnico del Derecho—que en teoría todo egresado de la licenciatura ‘tiene’— esté dispuesto a adentrarse en el mundo de la administración y el emprendimiento.

Esto, porque para discutir cómo satisfacer una necesidad de mercado y también cómo hacer redituable una actividad profesional, desde luego tienes que discutirlo con alguien que hable el idioma de los negocios. Idioma que si bien puede ser para algunos ‘superficial’, tampoco podemos negar que en realidad es lo que mueve a nuestro país. Sin organizaciones, de cualquier índole, difícilmente habría civilización.

Por último, no quiero que quede la impresión de que el conocimiento teórico y dogmático del Derecho no importa. Por el contrario, importa mucho. Sin embargo, quiero que entiendas que para la práctica privada mientras no exista una estructura empresarial detrás de tu profesión, difícilmente la harás redituable. Si en todo caso eso no es lo que buscas, siempre estará la academia o el servicio público donde podrás concentrarte, hasta cierto punto, toda tu energía y conocimiento en labores ‘técnicas’.

No por nada, la administración pública y los mismos tribunales jurisdiccionales cuentan con organismos administrativos que les permiten a sus servidores públicos concentrarse únicamente en la labor técnica, sin tener que preocuparse de si la nómina ya se pagó, si se surtieron de materiales y enseres para cumplir con su función o una infinidad de tareas ajenas a lo técnico.

Por Omar Gómez

Socio en Belegal abogados

Abogados en Ciudad Juárez, Chihuahua

Abogado postulante en materias administrativa y fiscal

Contáctame en: omar.gomez@belegalabogados.mx


[1] Artículo 104.- Los Tribunales de la Federación conocerán: […]

II.- De todas las controversias del orden civil o mercantil que se susciten sobre el cumplimiento y aplicación de leyes federales o de los tratados internacionales celebrados por el Estado Mexicano. A elección del actor y cuando sólo se afecten intereses particulares, podrán conocer de ellas, los jueces y tribunales del orden común.

Las sentencias de primera instancia podrán ser apelables ante el superior inmediato del juez

que conozca del asunto en primer grado; […].

[2] Garza Onofre, Juan Jesús. No Estudies Derecho. Editorial Taurus. 2023. Segunda reimpresión. Páginas 41 al 49.

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