Siguiendo con la serie temática que inicié para narrar la realidad de lo que implica ser un abogado postulante en la entrada El abogado postulante como mercader de resultados y que continúe en las diversas El abogado postulante como escritor y El lector vorazahora toca el turno de tratar el cuarto aspecto consistente en cuando un abogado postulante se tiene que volver un consejero de sus clientes.

Por esta faceta de consejero me refiero no a la asesoría o consultoría profesional, que evidentemente tienen un carácter técnico y constituye la razón de ser de nuestros servicios. Por el contrario, hablo del aliento a la toma de decisiones que afectan el asunto legal del cliente y que tienen como base las máximas de la experiencia, la prudencia y la individualidad de las personas. Esto puede ser desde aventurarse a iniciar un proceso judicial, claudicar de una causa legal, celebrar un convenio, despedir a un empleado, invertir en cierto negocio, la reconciliación de los intereses en juego, etcétera.

En suma, cuestiones que si bien rozan nuestro conocimiento técnico como abogados, también lo es que implican una decisión por parte de nuestros clientes en razón de lo que más le conviene a su plan de vida. Aspectos en los cuales un abogado postulante no tendría por qué involucrarse, si estuviéramos tratando con una persona lo suficientemente informada y con alta autoestima para asumir la responsabilidad de su vida pero que, bajo ciertas circunstancias, no podemos evitar intervenir.

Ciertamente esta faceta no es deseable para ningún abogado postulante. Lo más cómodo es que se nos pague por atender un asunto en donde el cliente pretenda un resultado en concreto, aun y con nuestro pronóstico de por medio, claro está. Sin embargo, habrá casos en que a fin de rehuir a la toma de decisiones, el cliente, como vil ganado, pretenda que lo guiemos a lo que ‘más le conviene’ para no responsabilizarse de sus decisiones.

Ante esto, siempre es oportuno evitar a toda costa dar un consejo frontal de qué acción debe tomar. Lo ideal es explicarle las opciones legales que tiene a su alcance, si éstas son viables y en qué medida, para esperar que él mismo tome su decisión. No obstante, muchas veces la indecisión le acarreará tantos prejuicios, que es necesario volverse la espuela que resuelve en definitiva sus problemas.

Y es que si bien es cierto la abogacía no es la única profesión donde sus profesionistas reciben la presión emocional de sus clientes y, por tanto, sus conocimientos técnicos tienen que ser complementados con dosis de empatía e inteligencia emocional; también lo es que esos períodos de desvío de nuestros conocimientos técnicos sí es más prolongada.

Lo anterior, por la propia duración y naturaleza de los procedimientos judiciales donde, con tantas instancias, recursos y ‘estrategias’ procesales del oponente provocarán un mar de emociones por parte de los clientes que en cierta medida el abogado postulante debe menguar o extinguir, lo cual de suyo es sumamente cansado.

En ese sentido, es difícil muchas de las veces explicarles a los clientes la cantidad de instancias y recursos que un proceso tiene y que, por tanto, hará que sus emociones se estremezcan. Lo que es peor, dentro de las tácticas del litigio no faltará el oponente que inconforme con la derrota, inicie nuevos juicios, aun y cuando se sepa perdido, sólo con el hecho de atormentar a tu cliente.

Estos casos son más dramáticos cuando te estás enfrentado contra un oponente poderoso, ya sea en lo económico o en lo político. Ahí resentirás con mayor rudeza la aparente desprotección emocional de tus clientes y su afán de endilgarte su responsabilidad de tomar decisiones. Desde luego, también los riesgos de sustituir a tu cliente en la toma de decisiones.

Es por lo que con el afán de que estés protegido durante tu relación profesional con tus clientes y te evites sinsabores, así como reclamos posteriores, me gustaría darte un par de consejos que en cierta medida los he ido aprehendiendo con la práctica. Consejos que van orientados a protegerte profesionalmente cuando ejerces la abogacía, pero tengas que salirte de tu papel como mero abogado para brindarle un consejo al cliente.

Dentro de la informalidad generalizada entre abogados, resalta el no plasmar nuestros honorarios, condiciones del trabajo a desempeñarse y estrategias legales por escrito. Esto trae como consecuencia problemas inclusive con el pago y recuperación de honorarios que desde luego se torna ridículo para un profesionista que se supone debería conocer las maravillas de un contrato.

No obstante, para lo que nos interesa es que afín de evitar reclamos futuros, es que nuestras propuestas de trabajo también se plasmen por escrito. Escrito que deberá de contener un desglose de las pruebas y evidencias que el cliente nos allegó y que, por ende, sustentarán nuestro ‘dictamen’ legal. Todo esto cobra mayor relevancia en asuntos peliagudos y en aquellos donde ya haya habido intervenciones de otros profesionistas.

Esta sola acción le dará formalidad a tu estrategia legal o ‘consejos’ extralegales que propongas, entendiéndose el contexto en que fue emitido dadas las pruebas y hechos que te allegaron en su momento. Desde luego, tanto la propuesta como un documento donde se dé cuenta de su recepción y aceptación, deberá ir firmado por el cliente.

Por otro lado, es muy importante que tomes en consideración que a lo largo de tu práctica profesional te encontrarás con clientes que con tal de quedar bien en el momento o seguir engañándose, te mientan. Entonces, al mentirte y no tener los verdaderos antecedentes y pruebas del problema, es probable que tu estrategia y asesoría legal no llegue a ser la más adecuada o siquiera viable.

Sería ahí en donde, con base a un engaño, el cliente te reclame por haber hecho tal o cual cosa. Por eso, para evitar problemas y que te pongan en la picota, lo mejor es tener constancia por escrito de la evidencia que te fuera proporcionada y la estrategia legal que asumirías para ese caso. Ello, porque las mentiras también pueden trascender al ámbito penal y no hay nada más penoso que un contrario o la propia autoridad piense que el abogado postulante formó—conscientemente— parte de la mentira.

Ante esto, plasmar por escrito lo que el cliente te allegó y la conclusión a la que llegaste te servirá como prueba para tu defensa y, además, en el ámbito administrativo de tu despacho para tener un control de tus asuntos. Escrito que deberás guardar celosamente al menos por el término de prescripción de la responsabilidad civil profesional en tu estado.

Como ya lo he dicho antes, evita a toda costa tener la última palabra en una decisión legal, por mucho que creas o confíes en que tal o cual estrategia es la que tu cliente debería de seguir, salvo que ésta obre por escrito, como indiqué líneas arriba. Recuerda, tanto tú como tu cliente tienen una cosmovisión diferente del mundo, así que él no tiene por qué pensar igual que tú o llegar a las mismas conclusiones. Además, cada uno tiene sus propios intereses.

En ese sentido y concatenado con el punto anterior, muéstrale por escrito a tu cliente tu conclusión legal y una coméntale que para iniciar tus servicios profesionales, él deberá de firmar un contrato de prestación de servicios profesionales donde se asentará que el cliente es consciente de los riesgos y alcances de la o las acciones que están por emprenderse. En suma, que sepa que él es el que tomó la decisión final, por mucho que le hayas aconsejado tal o cual cosa.

Lo sé. Habrá quienes quieran escudarse con una falsa lisonja, apelando a tu supuesta inteligencia superior para evitar tomar decisiones y así no comprometerse. Sin embargo, no debes cejar en tu rol como abogado y dejarte acorralar. Simplemente les recordarás que tu papel es darles asesoría legal a tu mejor entender, y explicarles las posibles consecuencias en los términos más claros posibles, pero jamás tomar la decisión de si se aventura en el asunto o no sin que quede plasmada por escrito.

En todo momento debes separar tus relaciones personales con la profesional, ya sea porque asesores y patrocines a un amigo o familiar, o porque durante el transcurso de la relación profesional surja una relación de amistad o amorosa con el cliente. Sí, puede pasar y eso es natural en toda relación humana.

Mi recomendación es que en tratándose de amigos y familiares, sigas a rajatabla—siempre que no te quede otra opción— los consejos anteriores y no caigas en la espiral emocional que tus allegados quieran llevarte, mientras que para las relaciones sentimentales, definitivamente no sigas patrocinando el asunto ya que aunque medie un documento por escrito, éste puede perder su idoneidad en un juicio.

Lo ideal es que en ambos casos te limites en asesorar externamente a aquéllos, pero sin llevar directamente el asunto. Con frecuencia la relación profesional entre abogado-cliente es tortuosa por el tipo de servicio que se presta en donde, como ya dije, existe una espiral de emociones por las cuales pasarán muy probablemente tus clientes. Entonces, ¿para qué exponerte a que esa tensión se dé con un ser querido o amado? Lo mejor es mostrarse ecuánime y deslindarse.

Por último, es importante que recuerdes que no por nada el legislador en diversos ordenamientos consignó prohibiciones expresas para los abogados, como adquirir ciertas propiedades y derechos de sus clientes, etcétera por el hecho de que su confianza y, consejos, podrían engendrar malos entendidos que empañaran su verdadero papel como asesores. En la medida de lo posible sigue esa sabiduría legislativa y no patrocines asuntos de seres queridos y amados.

Por Omar Gómez

Abogado postulante en materias fiscal, administrativa y constitucional

Socio en beLegal abogados S.C

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Contáctame en omar.gomez@belegalabogados.mx

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