El abogado postulante como eterno estudiante

A lo largo de diversas entradas en el blog he explorado la realidad por la que debe transitar un abogado postulante en la serie iniciada en El abogado postulante como mercader de resultados analizando las diferentes facetas y habilidades que debe tener un abogado que se jacta de defender a sus clientes en los tribunales, como lo es escribir en un estilo concreto, las lecturas que debe realizar y su labor como consejero al defender los intereses de sus patrocinados. Una serie que quedaría incompleta si no tratase lo relativo a la materia prima para ser un abogado postulante exitoso: el estudio.

Y aunque en la presente entrada no pretendo examinar pormenorizadamente los métodos de estudio más óptimos para el profesional del Derecho, al menos sí defender la idea de que, para ser un abogado exitoso, es necesario asumir que se será un eterno estudiante y que ese estudio debe ser autodidacta. También, que el mejor estudio para el abogado tiene poco que ver con los cursos formales y mucho con la disposición y rutina que el profesional deberá de adoptar, proponiendo los mejores hábitos que al menos a mí me han funcionado.

Finalmente, no me queda más que resaltar la importancia del estudio en el abogado postulante, ya que aunque parezca que nuestra labor está situada en un peldaño inferior al de los jueces, notarios, académicos, etcétera; lo cierto es que muchas de las veces es gracias al trabajo y creatividad del abogado que se generan cambios legislativos y se incentiva la creación de precedentes y doctrina. Sobre todo, en un país como México en donde la academia y el litigio están tan separados y, por tanto, el influjo del abogado postulante es la base del sistema jurídico. Pero esa creatividad no surge de la generación espontánea, sino de la experiencia práctica y el estudio de la ciencia jurídica.

Advertida esta importancia, comencemos:

Creer que con aprenderse de memoria ciertos artículos de una ley, doctrinas y precedentes o, peor aún, tener retazos de ese conocimiento es suficiente para ser un buen abogado postulante es, por decir lo menos, una ingenuidad. Bueno, salvo que por abogado exitoso se entienda a quien se dedica a producir una y otra vez (como si fuera una maquila) un cierto escrito o tramitar el  mismo procedimiento como ciertos abogados ‘especialistas’[1] que en realidad no se atreven a ir más allá de un machote.

Lo cierto es que con tantos cambios sociales, especialmente los tecnológicos, provocan un sinnúmero de reformas legislativas que borran de un plumazo cientos de precedentes y doctrinas, y que nos obligan como abogados postulantes a estudiar no sólo esos nuevos cambios, sino la creación de nuevas instituciones jurídicas. Estudio que no siempre—ni debería— ir acompañado de instituciones educativas formales.

Así, piénsese por ejemplo en los recientes cambios legislativos en donde prácticamente todos los procesos judiciales[2] se rigen bajo el principio de oralidad,  y se obligó a los abogados a retornar a una época no desconocida para México: la defensa de nuestros clientes a través de la palabra hablada. Cumplimiento de tal principio que no se logra con sólo aprenderse en qué apartado se halla, ni mucho menos las excepciones que pudiera tener, sino mediante el análisis de las técnicas de expresión oral y por qué no, desempolvando los viejos libros de oratoria y de retórica forense.

Por otro lado, es cierto que los cambios legislativos más comunes son los sustantivos y que ellos revelan cuán desactualizado puede estar un abogado. Esto, porque es a partir de la creación de nuevas instituciones jurídicas o la mutación de aquellas con una tradición perenne, que exige al abogado reinventarse. Se me vienen a la mente figuras como: la pensión compensatoria, el derecho al olvido, los hijos de crianza, el interés legítimo en el juicio de amparo, la inmaterialidad de operaciones en el sector fiscal, la aplicación del test de proporcionalidad en México, por mencionar algunas.

Cambios legislativos y jurisprudenciales que, para entender su complejidad y, sobre todo, alcances, resulta necesario estudiar con detenimiento no sólo la exposición de motivos para comprender su esencia y el porqué se adoptó dicho cambio, sino a su vez, profundizar en ciencias auxiliares de lo jurídico para comprenderlo. El ejemplo clásico, como ya mencioné, es reinstaurar la oralidad en los procesos judiciales donde no basta con saber que a partir de tal o cual momento la defensa y proposición en favor de los clientes debe ser oral, sino cuáles son las mejores técnicas para expresarnos con claridad y tener la seguridad en las audiencias que se requiere.

Ahora bien, pretender que estos constantes cambios en el derecho pueden ser aprendidos sólo con la práctica, esto es, con base en la prueba y el error, además de antiético, es ingenuo. Ello, en razón de que una práctica profesional desligada de la teoría sólo produce abogados mediocres van por ahí estafando a los pocos clientes que les confían su destino por medio de las artimañas que ya reseñé en la entrada El licenciado en Derecho con título pero sin conocimiento jurídico.

La realidad es que si se quiere llegar a la cima en el litigio y no ser un abogado más del montón que actúe como un tramitador del derecho, sí o sí hay que estudiar. Pero no ese estudio pasivo producto del fetichismo del magister dixit en donde se ingresa a múltiples cursos, diplomados o posgrados con la visión de que casi casi por ósmosis, los profesores le transmitirán el conocimiento al alumno, sino al jugar un papel más proactivo con algo tan sencillo como leer el material correcto y planificar las lecturas sobre las materias que nos querramos especializar. Pero hasta para eso, como veremos, hay que tener un método.

Habiendo resaltado la necesidad de estudiar de forma constante en la abogacía, y que sólo los que quieran vivir holgadamente de la profesión deberían de hacerlo; ahora es el turno de explorar cosas más pragmáticas como qué tipo de estudio debe realizarse, cuáles son las lecturas ideales, por cuánto tiempo y en general qué técnicas debe incorporar un abogado postulante a su rutina de estudio.

Para responder esto de entrada tengo que mencionar que tal y como lo analicé en mi  texto Lo que implica ser un abogado postulante. El lector voraz, el abogado postulante goza de poco tiempo para estudiar. Y lo digo porque entre atender a clientes, asistir a las audiencias y preparar los escritos jurídicos,  apenas y se tendrá tiempo a veces hasta para realizar las actividades que más te gustan como abogado. Razón por la cual tenemos que incorporar, de entrada, técnicas para distribuir nuestro tiempo. Aquí te voy a dar una idea con lo que yo aplico hasta ahora.

La técnica que me ayuda a concentrarme en estudiar y ser productivo se denomina Pomodoro y es súper sencilla. Técnica que en esencia consiste en trabajar por intervalos que van de los 25 minutos a la hora con unos breves descansos (cinco minutos) para pasar a otras actividades. Básicamente es segmentar tus actividades de acuerdo a tus prioridades y a qué quieras lograr. Técnica que combino con levantarme muy temprano (5:00 AM) para poder ponerla en práctica en momentos en que no voy a ser asediado por clientes o compromisos sociales. En este sentido, normalmente y atendiendo a los intereses que estoy explorando, mi rutina diaria por la mañana se ve así:

PeríodoActividad
5: 00-5:20 AMDespierto y dejo que pase la modorra, me hidrato y me despejo.
5:20-5:50 AMLeo media hora sobre temas de mi interés.
5:50-5:55 AMDescanso.
5:55-6:25 AMEscribo media para mi blog.
6:25-6:30 AMDescanso.
6:30-7:00 AMLeo literatura jurídica (dogmática jurídica, filosofía del derecho, constitucional, sentencias, etcétera)
7:00-7:05 AMDescanso.
7:05-7:35 AMEscribo media hora ensayo.
7:35-8:30 AMLeo el periódico, me baño y me alisto para ir al trabajo.

Esta rutina diaria la tengo bien establecida porque va de acuerdo a mis intereses, los cuales muchas de las veces no los puedo cumplir durante el transcurso del día, ya sea porque tengo tanto trabajo que termino muy fatigado cognitivamente o porque salgo de la oficina hasta altas horas de la noche. Por eso es que mi rutina de la mañana la considero sagrada pues, aunque avance lento en ciertos objetivos que me impuse (como convertirme en escritor ) lo hago a diario y eso engendra un hábito sólido. Lo anterior porque te reitero que como abogado postulante apenas y dan las 9:00 o inclusive antes, los clientes, colegas, peritos, empleados y demás personas te empezarán a bombardear con llamadas que te distraerán en tus horas productivas. Esto, claro sin contar que a veces toca ir a audiencias temprano que consumen mucho tiempo por la mañana. Cuestiones que no vas a poder evitar salvo que decidas no ser un abogado postulante.

Por otro lado, fíjate que más allá de un objetivo no jurídico mío, como lo es escribir, no dejo de lado la lectura jurídica y ese es el quid de esta sección. Y cómo no si el conocimiento jurídico es lo que alimenta la práctica del abogado postulante, por lo que una vez que hayas decidido serlo sí o sí deberás de dedicarle tiempo a leer sobre los nuevos cambios legislativos, así como consumir la literatura jurídica. Yo, por mi parte, de manera constante recomiendo treinta minutos diarios que como verás en mi rutina lo hago antes de irme a trabajar a la oficina. No obstante, aunque raras veces, ocasionalmente que estoy desahogado de trabajo, dedico buena parte de mis horas de oficina a leer sentencias de mi agrado.

Lo anterior me lleva a un punto muy importante que es el que no basta con leer doctrina jurídica, sino con empaparse de la práctica que a falta de patrocinar el asunto personalmente, se asemeja al leer las sentencias de casos paradigmáticos o que simplemente te interesen. Una práctica que aunque pareciera contraintuitiva, es poco común en México aun y cuando existen sitios oficiales tanto del Poder Judicial de la Federación, como el Tribunal Federal de Justicia Administrativa, por ejemplo, para leer cientos de sentencias en versión pública.

Por otro lado, si bien es cierto leer una sentencia nos ayuda a comprender determinadas instituciones jurídicas o ahondar en una área del derecho desde el punto de vista práctico, pero para ver cómo se resuelve; lo cierto es que como abogados postulantes muchas veces queremos saber no cómo resolver determinado problema. Mucho menos valorar las probanzas, sino atacar los argumentos y conclusiones de las autoridades. Pues bien, para nuestra fortuna tenemos a nuestro alcance las acciones de inconstitucionalidad presentadas por la Comisión Nacional de Derechos Humanos en versión pública donde, desde una óptica más al ataque, podemos estudiar cómo se argumenta para derrotar la aparente constitucionalidad de las normas.

Como ves, el abogado postulante de hoy cuenta con múltiples herramientas para enriquecer su formación profesional. Sin embargo, la mayoría sigue anclado en asistir a las aulas a que otra persona les indique o lea lo que tendrían que pensar. También, a que esos cursos no vayan imbuidos con algo de práctica para que los conceptos puedan aprehenderse. Por lo que soy de la idea que se aprende más leyendo sentencias que literatura de dogmática jurídica, siendo el caso que para temas un poco más elevados como filosofía del derecho, etc; probablemente no habrán sentencias suficientes para explicar los temas.

Dicho esto, lo que aquí pretendo destacar es que no habrá curso, posgrado ni diplomado que pueda sustituir una buena rutina donde se dedique un tiempo para leer literatura jurídica. Por tanto, hay que asumir un papel más proactivo y ser nosotros mismos como abogados postulantes los que dediquemos un tiempo para el estudio de las materias de nuestro interés y, de mayor importancia, de las que estemos postulando. Al final de cuentas, no hay mejor abogado postulante que aquel que combina la práctica con la teoría.

Por Omar Gómez

Abogado postulante en materias fiscal, administrativa y constitucional

Contáctame en hola@ogomezabogado.com


[1] Vaya publicidad engañosa al ostentarse como especialistas de algo que, como vil animal circense, aprendieron con tal o cual pericia y que repitieron una y otra vez para hacerse con algo de dinero, como es del todo conocido ser abogado experto en ‘divorcios express’ que con un machote quieren tramitar una y otra vez los mismos juicios de divorcios voluntarios como si fuera la gran hazaña.

[2] Afortunadamente ha imperado la cordura en el legislador mexicano al no incluir la oralidad en los juicios administrativos, constitucionales y fiscales—con excepción a los juicios de resolución exclusiva de fondo— donde son materias tan cambiantes, técnicas y áridas, que demandan que sus partes hagan uso de la forma más refinada del pensamiento humano: la escritura.

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